¿Lo he hecho bien, Paula?
Tengo un recuerdo vívido. No he podido encontrar fuentes para contrastarlo, así que tendréis que confiar en mi memoria en la misma medida que yo.
Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, o Una Eva y dos Adanes) ha sido una de mis películas favoritas desde que tengo memoria; es para mí un tótem de intemporalidad e inocencia infantil, puro disfrute. Fue uno de mis primeros contactos con la ruptura de los códigos de género (el travestismo de los protagonistas es un vehículo para las bromas, no la broma), la perfección de su comedia física es difícil de superar, y la presencia de Marilyn Monroe es magnética, inteligente, tremendamente divertida. Funciona a tantísimos niveles, arriesgando tanto, que despertó en mí una curiosidad voraz sobre el arte de hacer cine. Quería aprender sobre el papel del director, el metatexto de la obra, las relaciones entre actores y equipo de rodaje. Quería saberlo todo, hacer una vivisección de la primera película que me pareció perfecta.
Un buen día, siendo domingo en los primeros dosmil, mi madre trajo a casa El País con su País Semanal y un DVD. Era Con faldas y a lo loco, en una edición especial conmemorando bien a Billy Wilder o a Marilyn Monroe –la vivacidad de mi recuerdo no incluye estos detalles, para mi consternación–. Su caratula incluía un librillo con anécdotas sobre la realización: por fin, tenía en mis manos información saciante sobre los entresijos del set de rodaje de Billy Wilder.
Muchas de esas anécdotas se esparcían en pormenores de las dificultades que surgían al trabajar con una estrella como Marilyn Monroe. Marilyn era bellísima y estúpida. Marilyn era insegura y emocionalmente dependiente. Marilyn llegaba siempre tarde, montando numeritos, retrasando horas el rodaje, haciendo perder el tiempo a sus colegas, técnicos y realizadores. Marilyn era una criatura a soportar, una diva cargante cuya presencia en set se debía exclusivamente a su valor material, la comercialización de una sexualidad que se explota abiertamente en la película. Marilyn, pizpireta y diletante, requería la ayuda de una instructora para memorizar y recitar sus líneas de diálogo.
Dicha instructora se llamaba Paula Strasberg, y ella la idolatraba con una admiración entre profesional y filial. Pasaban horas ensayado, repasando meticulosamente el guión, con una dedicación considerada por Wilder y Tony Curtis como una exageración y un estorbo. Por lo visto, después de todas y cada una de las tomas, Marilyn se giraba para preguntar, encarecidamente: «¿Lo he hecho bien, Paula?». En un momento dado, tras gritar ¡Corten!, Billy Wilder se adelantó a Monroe y exclamó, con voz de pito cargada de sorna: «¿¡Lo he hecho bien, Paula!?». Las risas invadieron el plató. Marilyn Monroe corrió a encerrarse entre lágrimas en su camerino –otro numerito–. Paula Strasberg no volvió a ser invitada a las grabaciones.
La frase «¿Lo he hecho bien, Paula?» quedó grabada a fuego en mi cabeza, un meme anterior a la era de los memes. Compartí la anécdota con mi hermana y, durante una temporada, utilizamos la frase para remarcar complicidad tras contar un chiste o hacer cualquier comentario sarcástico. No duró mucho. Nos equivocamos, me equivoqué, en la apreciación de su intención, y nos alineamos con Wilder, creyendo a Marilyn Monroe merecedora de escarnio por buscar aprobación y apoyo en la única persona de su entorno inmediato que la hacía sentirse apreciada.
Este recuerdo está vivo como un gusanillo de conciencia feminista que no he podido reconocer hasta muy recientemente, una punzada de compasión y ternura que malinterpreté como simpatía hacia el instinto comédico de Wilder y su supuesto hartazgo. Pocas personas hay tan vilipendiada e infravalorada en nuestro imaginario popular como Marilyn Monroe: el primer sex-symbol, la sublimación de la mujer objeto; en su dedicación profesional, otros vieron patetismo. «¿Qué está intentando demostrar la buenorra ahora?», se preguntaban Wilder, Curtis, los operadores de cámara y el autor del librillo de mi DVD. Cualquier expresión de su idiosincrasia era y sigue siendo interpretada como un intento desesperado de impresionar al señor más cercano.
No pondría la mano en el fuego por nada de lo que os acabo de contar. No puedo apoyar la especificidad de sus detalles en nada tangible. Busqué muchas veces el DVD en la colección de mis padres hasta darlo por desaparecido, y ninguno de los dos sabe dónde puede estar ni a qué colección pertenecía. No recuerdo el año en el que salió, ni la imagen de la carátula. La búsqueda en internet de «Marilyn Monroe Paula Strasberg Billy Wilder El País» solo arroja resultados truculentos sobre suicidios y amistades peligrosas o miniaturas de fotografías de las tres. A día de hoy no solo no dispongo de una copia de mi fuente sino que no he encontrado ninguna otra colección fidedigna de anécdotas sobre el rodaje de Con faldas y a lo loco. A veces pienso que la loca soy yo. A veces, después de hacer algo que me ha resultado especialmente difícil, especialmente audaz, me digo a mí misma «¿Lo he hecho bien, Paula?», y sonrío.
Paula Strasberg (de nacimiento Pearl Miller) fue una actriz de teatro. Tras casarse en segundas nupcias con el actor y profesor Lee Strasberg y ser puesta en la lista negra del presidente McCarthy por su afiliación al Partido Comunista, viendo su carrera aniquilada, comenzó a trabajar como instructora particular de dramaturgia. Entró en contacto con Marilyn Monroe a través de su marido, y trabajaron juntas desde 1955 hasta la muerte de Monroe en 1962, entrenándola en los papeles que marcaron la consagración de su carrera cinematográfica: El príncipe y la corista, El Millonario, Con faldas y a lo loco, Vidas Rebeldes y Something's Gotta Give. Durante el rodaje de esta última, días antes de la trágica muerte de Marilyn, Paula, ya enferma del cáncer de médula ósea que finalmente acabaría con su vida, se tomó una excedencia para descansar en Nueva York. Según su hijo, John Strasberg, se sintió culpable el resto de su vida por haberla dejado sola. «Mi madre decía, “Oh, es culpa mía, debería haber estado allí con ella”. Se creaba la responsabilidad de cuidar a Marilyn. A ella le gustaba este sentimiento, lo provocaba en la gente».
Su hijo parece ser la única persona que aún habla de Paula Strasberg, aunque sea vagamente y en términos de manipulación. Su figura está desaparecida. Su apellido de casada eclipsa cualquier otro trabajo que realizara en vida, incluido el que más le acercó a la esfera celebrity. Paula no sale mencionada en la página de Wikipedia de Marilyn Monroe, ni aparece como personaje secundario en ninguno de los dos biopics sobre su persona hasta la fecha. No existe ningún reportaje o bibliografía sobre la relación de las dos mujeres. No se la conoce.
Las pocas descripciones recogidas sobre la relación entre Paula y Marilyn endurecen la influencia de la primera e infantilizan la de la última: Paula era maternal y estricta, Marilyn vulnerable e influenciable. La imagen de Paula como institutriz vetusta e indoctrinadora y de Marilyn como niña eterna, siempre carne fresca, resulta sospechosamente familiar; un cliché deslucido. A la leyenda Monroe se le asignan exclusivamente relaciones infelices, constantes insatisfacciones. De su relación profesional con su anterior instructora de intepretación, Natasha Lytess, apenas perduran los rumores de un romance truncado. Si su relación con Natasha es recordada exclusivamente por haber podido ser romántica y sexual, la relación con Paula fue clasificada de codependencia o como mínimo de dependencia antes de ser abandonada en el olvido. En la memoria colectiva no se nos admite tener mentoras, compañeras ni amigas.
Según algunas escrituras, Lee Strasberg fue el verdadero motor de la nueva esencia interpretativa de Marilyn, y no Paula. Otras insinúan que la presencia de Paula, constantemente a la sombra de la estrella, el «murciélago», la «sanguijuela», siempre fue motivo de sospecha. Ante la ausencia de escrituras femeninas sobre las caídas y recogidas de una relación profesional y de amistad, tendremos que inventárnoslas. Si esto va de creencias y especulaciones, elijo creer que Marilyn y Paula se querían y complementaban, escuchaban y cuidaban, que mejoraban la una la vida de la otra. Que Marilyn confiaba en el criterio y guía de Paula tanto o más que en la de su marido. Elijo creer que Marilyn le preguntó muchas veces a Paula si lo había hecho bien, esperando su asentimiento solemne, y recibió esta aprobación como una sensación calentita en las entrañas, un pasito más en su ambición de superación, señal tras señal de que no solo podía ser actriz sino además ser una de las buenas. Mentoras, compañeras, y amigas. Elijo creer que ambas lo hicieron lo mejor que pudieron.